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Hijo, ¿pero falta mucho?…

Escrito por el 12/11/2016

By Sam Danko

Es curioso como la balanza de la popularidad del wrestling se vence de un lado a otro del interés general de este país, en donde la maravillosa primera época del boom telecinquero allá por principios de los 90, caló hondísimo en la memoria popular de todos aquellos niños que hoy superamos la treintena de edad (y algunos, incluso cuarentena) en donde, superestrellas como Hulk Hogan, El Poli Loco o Los Rockeros se ponían en el altar de nuestra infancia, a la altura de los Messi, Abraham Mateo o cualquier otro youtuber trasnochado de jugar a la consolita de hoy en día para nuestros hijos…

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Sin embargo, tras un largo hiato debido a la falta de interés televisivo, desde hace no demasiados años, el gran circo de la WWE (World Wrestling Entertainment) volvió por la puerta grande a los millones de televisores de nuestro país, quedando atrás todos aquellos forzudos bigotudos con músculos hasta en las cejas que nos hacían soñar. En este último arreón, los tiempos y estereotipos han cambiado, aquellos bañadores a la altura del sobaco han sido sustituidos por ropa de calle, zapatillas deportivas fluorescentes y, en definitiva, una nueva generación de luchadores que día tras día, ponen a miles de niños a copiar movimientos, frases y posturitas en sus horas de patio diarias. Niños que desde hacía meses estaban convocados a filas en una nueva visita de WWE a Barcelona.

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Y la verdad es que pocos faltaron a la cita, la aventura se antojaba osada, justamente 25 años después de la primera invasión en Barcelona, WWE se volvía a atrever con llenar la capacidad total del Palau Sant Jordi de niños y no tan niños, buscando repetir lo que, en el “WWF European Rampage” de 1991 se consideró toda una experiencia extrasensorial para todos los que vivimos aquello por primera vez.

Con ¾ partes del aforo cubierto, y pasando unos minutos sobre la hora prevista, empezó el carrusel de luces, sonido y atletas saltando aquí y allí ante un público (muy) mayoritariamente infantil, que, para que vamos a engañarnos, lo disfrutaba cosa bárbara.

Resultaba curioso ver a la muchachada gritar las cuentas de tres (un combate acaba cuando uno de los contendientes no es capaz de separar su espalda de la lona tras el conteo a tres del árbitro) en perfecto inglés, como si supieran que, para jugar a esto, hay que saberse las contraseñas y triquiñuelas verbales de la lengua de Shakespeare.

Los niños corrían arriba y abajo del palau, dejando sus asientos en busca del límite de la valla de seguridad, buscando el guiño de complicidad de los luchadores, un choque de manos o incluso algún recuerdo a modo de camiseta o manchurrón de sudor al ser abrazados por estos deportistas de élite.

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Niños que entre combate y combate corrían arrastrando a sus padres a los puestos de camisetas a llevarse cualquier cosa que les recordara a sus estrellas favoritas, desde chalecos de 40 pavos de Roman Reigns hasta posters con firma serigrafiada de imprenta de Dean Ambrose o John Cena (que no estuvo presente, por cierto).

En el momento de la interrupción de la media parte, era divertido cruzarse con padres que, tras tener a los hijos al límite del júbilo durante horas, se congratulaban entre ellos al ver que la semilla del fan había arraigado en su siguiente generación, mientras otros pocos se lamentaban de que no se enteraban de nada de lo que sus hijos gritaban, buscando entre otros padres (con poca suerte) que alguien les guiñara un ojo de complicidad cuando decían que estaba todo orquestado desde el inicio. Padres que, acabando de hacer sus rápidas necesidades y volviendo cabizbajos a sus localidades, sabían que era el peor momento para criticar si “eso del wrestling” es mentira o es verdad…

El público sabía a lo que venía y estaba dispuesto a pasárselo bien, sin importarle lo más mínimo si la calidad de los combates estaba al nivel de lo que se suele ver los fines de semana por la tele, poco le importaba si los luchadores venían cansados de un vuelo trasnochado, de la enésima entrevista en la que deben repetir de carrerilla respuestas establecidas, o si simplemente tenían la sensación que algunos luchadores no querían estar ahí (Randy Orton y Kane, dos de sus superestrellas más importantes del tour europeo, pasaron de puntillas sobre el cuadrilátero con más desidia que gloria).

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El mundo del wrestling americano en sin duda alguna un espectáculo de música, luces y golpes, un paquete elaborado a conciencia para degustarse poco a poco y calar desde muy niño, la cuestión aquí es mantener la llama de la afición por este deporte espectáculo, y en eso, WWE es el rey absoluto, el merchandising y los impactos visuales diarios cumplen su cometido a la perfección, si eres aficionado, claro…

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Resultaba gracioso ver lo rápido que los padres cargaban al hombro a sus niños cuando sonaba el último repicar de campana en el combate principal entre AJ Styles y Dean Ambrose, padres que corrían a paso ligero hacia el parking para evitar infumables colas, todo esto ante los sollozos del niño deteniendo la marcha del padre para avisarle que aún quedaban cosas por ocurrir en el ring…

…ese pobre padre que desesperado por salir de ahí clamaba “…pero hijo, aún falta mucho?

Agradecimiento especial a Carlos Gascó de Planeta Wrestling por todas las facilidades y por la atención prestada durante el evento de WWE.

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