Por fin llegó el plato fuerte de la primera edición del Cruïlla de Tardor –ciclo de conciertos otoñales con la misma filosofía que el Cruïlla– y qué mejor manera que hacerlo con la banda que resume a la perfección la identidad del festival: los desacomplejados y festivos Crystal Fighters. Tan sólo cinco meses después de su última visita a la ciudad, los ingleses fueron capaces de llenar casi en su totalidad el Sant Jordi Club. Venían a presentar “Everything Is My Family”, su tercer álbum, y eso es algo que su legión de fans incondicionales no se iba a perder por nada del mundo.
Una introducción in crescendo protagonizada por su característica txalaparta, un instrumento vasco de percusión que se toca a cuatro manos, y la reproducción de ‘Simplecito’, el extraño discurso con traducción simultánea que abre el nuevo trabajo, dejaron paso a lo que mejor se les da a estos músicos: crear una fiesta luminosa, dinámica y muy potente. Sebastian Pringle y sus chicas, ambas rubias y casi idénticas en esta ocasión, se encargaron de llevar el peso del espectáculo. Tan cantantes como animadores lúdico-festivos, arrancaron la sonrisa de los asistentes desde el primer compás.
La primera parte del recital consistió en intercalar temas de los tres álbumes, y los recientes ‘Yellow Sun’, ‘In Your Arms’ y ‘All Night’ encajaron a la perfección con los ya clásicos ‘LA Calling’ o ‘Love Is All I Got’. El pop optimista con toques folclóricos y pinceladas electrónicas y tropicalistas que les define es una fórmula que tiene cuerda para rato. Con ‘I Love London’ y ‘I Do This Everyday’ fue un auténtico revulsivo y la atmósfera buenrollista dio paso a una rave que, aunque con tintes más oscuros, sirvió de revulsivo a la insignificante minoría más escéptica. Para volver al estado inicial hubo que pasar por ‘Ways I Can’t Tell’ y ‘Lay Low’, probablemente los temas más pausados de la banda, y llegar a ‘Good Girls’, un single publicado hace dos meses que todo el mundo celebró y cantó como si se tratara de un hit atemporal.
La traca final, incluido el bis, se nutrió de las canciones más populares de la banda y la comunión entre el grupo y el público todavía fue más intensa. Las palabras de Pringle eran recibidas con ovaciones y sus peticiones se cumplían al momento, incluso el gesto de unir las manos para formar un corazón, tan de moda entre los millennials. Un concierto en el que podías entrar y disfrutar de una sensación de amor y felicidad absoluta o quedarte al margen y rajar de las nuevas generaciones. En todo caso es indiscutible que los Crystal Fighters tienen un sonido –y una estética– única, una extensa colección de estribillos fulminantes y unos seguidores fieles y entregados que ya querrían la mayoría de bandas actuales.
Texto: Laura Villanueva | Fotografías: Toni Rosado
Sant Jordi Club, 7/12/2016
[AFG_gallery id=’32’]