Sónar 2022: crónica del viernes

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Jueves 16 de junio | Sábado 18 de junio

Samantha Hudson colabora en programas de televisión con grandes audiencias y concede entrevistas a radios generalistas; a priori no parece una artista con cabida en un festival como este, pero es que Samantha es un descubrimiento que no se puede pasar por alto. Seis bailarines en el escenario bailando rave recibieron a Samantha en un SónarHall en ebullición. Lo primero que soltó por la boca fue una declaración de intenciones: “Antes que maricones somos raveros”, y empezó el recital. Maricón fue la primera canción, para continuar con Dulce y Bautizada, y ahí ya se intuyó el patrón: coreografías obscenas y mucho humor. Un interludio con baile a lo zombi dio paso a Burguesa arruinada, con coros del público incluidos, ya enloquecido a esas alturas. Demasiado Coño fue otra de las más aplaudidas, antes de ponerse con la sección, digamos, “España”. Una versión extendida del himno de España, que empezó makinera para irse acelerando hasta finalizar al más puro estilo gabber ­–en la que se oyeron diversas versiones de la letra conocidas por todos los que hemos vivido la infancia en este estado– empalmó con Por España, realizada junto a Papa Topo. En su despedida, Samantha lamentó no haber podido usado más la barra de pole dance, el único elemento de atrezzo del escenario, debido al calor extremo y alertó al público, “si os ha gustado soy Samantha Hudson, sino, soy Arca”. Por fin tenemos una nueva estrella, y esta es un remix entre La Maña, mítica vedete del Paral·lel, y Peaches.

El Sónar de noche del reencuentro pospandémico se presentó con novedades. La, previsiblemente, actuación más multitudinaria de la velada se adelantó hasta las 21:30 h, provocando un largo solapamiento y, por lo tanto, decepción, con la traca final del Sónar día. Pero estaba justificado, C. Tangana vino a presentar su espectáculo(que no concierto) Sin Cantar Ni Afinar ante más de 15.000 personas. Con más de veinte minutos de retraso y con un SónarClub abarrotadísimo, con público poco habituado a este festival, arrancó lo de Puchito, que fue, básicamente, una versión lite de lo acontecido semanas atrás en el Palau Sant Jordi. Si bien no puede llamarse concierto, es un espectáculo en mayúsculas. El escenario es un bar de copas, con sus mesas, sus barras y sus amigos. Las cámaras que persiguen a Antón y al resto de artistas en directo y la realización aparece en las pantallas al acto, en un complejo ejercicio que incluye, incluso, travellings circulares. Toda la actuación es un plano secuencia que hecho para disfrutar en las pantallas y en la que mirar al escenario sirve para disipar dudas de cómo se lleva a cabo, pero pierde calidad estética: ya hemos llegado a la era en la que mola más ver las cosas por la pantalla. La primera ovación fue con Demasiadas mujeres y la primera sorpresa fue, cuando Nathy Peluso apareció para acompañar a Tangana en Ateo. El público enloqueció, pero entonces se generó una duda, ¿aparecería Rosalía cantando su parte de Antes de morirme? La canción sonó, fue otro de los momentos especiales del show, pero lo hizo junto a La Húngara. La despedida, con Un Veneno junto a el Niño de Elche fue el broche de oro a un espectáculo sin ingual.

Y volviendo a las andadas, el SónarClub se preparó para acoger a Moderat, aprovechando la excusa de “MORE D4TA”, su nuevo álbum. Los berlineses devolvieron al escenario más importante del festival su esencia: electrónica de calidad para gente dispuesta a pasárselo bien. Apparat, aka Sacha Ring, aportó la cuota orgánica al concierto cantando y tocando la guitarra con la soltura de una estrella de rock. Además, aunque las nuevas FAST LAND o EASY PREY no son precisamente de carácter festivo, el trío consiguió que, durante más de una hora, miles de personas no pararan de bailar. Por supuesto, A New Error fue la elegida para acabar una actuación en la que todos los consultados se lo pasaron bomba.

Texto: Laura Villanueva
Imágenes: Toni Rosado

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