Para la inmensa mayoría de los ciudadanos de la urbe, Fist Bar! constituía un misterio. Ajenos al mundanal ruido, la parroquia se ejercitaba en el noble ejercicio de la conversación, en el ajedrez considerado como una de las Bellas Artes y puesto en escena a modo de método, en la contemplación de la imageria, o en el deleite aural de los sentidos. Incluso se regalaban conciertos.